Al
leer a Castoriadis en referencia a la decadencia de la cultura del occidente,
no pude dejar a un lado el hecho de que la privatización e individualización de
los procesos de mercado han ido disipando la concepción de la vida en conjunto
y de la organización de la sociedad. Los espacios públicos se van perdiendo
mientras el mercado se especializa cada vez más y los hombres olvidan su
mortalidad aspirando a satisfacer necesidades creadas por el mercado en el
momento. Se nos ha olvidado que lo único que ha acumulado la humanidad es la
tecnología, el tiempo y su carácter efímero se borran de nuestras consciencias
para darle prioridad a lo inmediato.
La sociedad como colectivo comienza a perder
su identidad y sus tradiciones con la información de primera mano. Según Lechner este fenómeno se puede dar por
la segmentación de la sociedad latinoamericana en diversos campos de mercado.
Una sociedad rezagada que constantemente intenta renovarse y democratizarse
mediante el avance de la tecnología (modernización) y viceversa. Un paradigma
que ha llevado a los gobiernos latinoamericanos a hacer creer a la gente que la
modernización del mercado y de los medios es sinónimo de avance social, creando
un especie de ilusión entre la población que no sabe que los avances sociales
se dan mediante la propagación conocimiento y la crítica.
Ahora se tiene la idea de que el mercado es
parte de la regulación de un país. Toda legislación inevitablemente se
encuentra circunscrita a un contexto de mercado y a los intereses involucrados
en esta dinámica social y económica. Una dinámica donde la competitividad se
convierte en la cultura que marca y segrega a los ciudadanos. Aspiraciones que
cambian la manera de ver el mundo y las personas ajenas a nuestros intereses.
Maneras de ver el mundo que excluyen una verdadera unión civil y que perpetúan
la simulación de una democracia donde esta cohesión ciudadana es inexistente.
Vivimos pues, en una ilusión donde creemos fervientemente que la diversidad de
ofertas en el mercado son sinónimo de apertura democrática en una sociedad
donde la apertura se da ante a lo económicamente redituable para las empresas.
Esta “ilusión” colectiva se debe a ideales
compartidos por la sociedad en general, ideales propagados y reiterados en los
medios de comunicación. Especialmente el caso de la televisión, que bien podría
servir para cumplir muchos otros objetivos aparte de sus intenciones de
segmentar y vender productos a la población. Debray nos da algunos ejemplos
usando la dialéctica sobre algunos beneficios y la contraparte de estos mismos
para entender mejor la función de la televisión como mediador democrático. Se
piensa que la televisión es herramienta democrática, ya que la ve un
considerable segmento de la sociedad y se informa a través de ella. Vale la
pena reflexionar en contraparte, para completar la antinomia, que la televisión
también puede deformar esta misión democrática al transmitir temas selectos
generando desinformación o dando información parcial sobre un evento que
necesite una reflexión más crítica.
La actividad de los ciudadanos es amainada
mediante un bombardeo de mensajes unilaterales que no permiten que los
receptores participen en el proceso informativo o desinformativo que propician
las televisoras. Esto se logra, a través del espacio privado y la membrana
protectora de la pantalla que nos conecta con el mundo exterior y “real”; que
genera la pérdida del espacio público donde el intercambio de reflexiones entre
ciudadanos y la participación informada de estos mismos ahora son prácticamente
inexistentes. Ahora, este mundo “real” que nos presenta la televisión también
es parte de la educación e los individuos. Es necesario cuestionar entonces si
esta educación está ayudando a construir una sociedad mejor informada sobre la
cultura y el acontecer mundial.
Al cuestionar esto último, nos podremos
percatar de que la televisión ayuda a perpetuar la visión decadente de un
imperio ideológico occidental (cuya filosofía de mercado se confunde con sus
valores democráticos) que sólo nos muestra partes selectas de lo se quiere que
entendamos por “el mundo”. Asimismo, podemos afirmar que la televisión conserva
la memoria del ser humano de una manera formidable. Lo cual también es
cuestionable si pensamos en esas nubes cargadas de información que llegan y se
disipan en un momento durante las transmisiones televisivas que se componen de
asuntos agendados por los medios y los intereses de los grupos que manejan los
mismos. Información que se graba y se guarda en algún lugar físico alejado de
la sociedad, en los estudios de las televisoras. Únicamente queda la confusión
o la vaga idea que es digerida de millones de maneras distintas por una
sociedad segmentada por el mercado. Ahora, esta información se nos presenta
como realidad irrefutable. Imágenes que causan un impacto casi irreversible en
el receptor del mensaje.
La televisión entonces, construye realidades
parciales mediante un punto de vista muy característico. Un punto de vista que
obedece a intereses de una minoría que es reflejada como dominante en la
pantalla que rechaza cualquier cuestionamiento en su interior. La pantalla que
separa la realidad del televidente con la “realidad” del mundo en el que se
encuentra. Mundos que aparentan ser los mismos pero al fin y al cabo, mundos
diferentes.
Esta forma de concebir mundos virtuales se
ha acentuado con el surgimiento del internet. En este caso, no sólo se concibe
el mundo de manera distinta, sino que también se concibe una nueva ilusión de
participación democrática por parte del espectador. Si antes el televidente
creía que participaba al opinar sobre la información mostrada en la comodidad
de su casa, ahora el cibernauta cree tener el poder de ser escuchado por
millones al poder interactuar con el medio (internet) y sus usuarios.
Una sensación de participación activa
mediante el uso de redes sociales que se generaliza y se extiende como un
virus. El uso de nuestra “crítica” alrededor de temas agendados por los medios
que sólo reiteran los mensajes que se envían por medios ajenos al internet.
Asimismo, se tiene la idea de que en el internet existe un acceso “democrático”
a la información. Cuestión que también se puede poner en duda cuando ponemos a
la luz la manera en la que se cataloga la información del internet mediante
protocolos de mercado en los metabuscadores que nos dan acceso a información
ilimitada en esta infinita base de datos.
Dicho de otra manera, el internet sigue
inscrito en un contexto de mercado donde la información también se propaga
según los intereses de los que manejan la calidad (lo cual implica inversión e
capital simbólico y económico) de la información. Es así como nuestra
participación y nuestro consumo en este medio se asemeja a la de la televisión.
La diferencia más grande sería que existe la posibilidad de concretar
participaciones en espacios físicos mediante la organización social en las
redes sociales.
Para concluir me gustaría hacer hincapié en
el hecho de que nuestra libertad de expresión sigue siendo sesgada por lo que
se dice en los medios de comunicación. La información de primera mano y el
conformismo de los que consumen este tipo de información sólo acentúan la
ignorancia de la población. Recordemos que la información es diferente al
conocimiento. La participación sigue estancada en los confines de nuestra
privacidad. Ahora, más que nunca, el ciudadano tiene la impresión de estar
participando en los procesos mediáticos de la sociedad. ¿De qué manera estamos
participando? ¿Estamos realmente llegando a conclusiones razonadas o estamos
repitiendo y deformando el mensaje que nos llega desde un pequeño grupo de
poder que decide la información que discutimos? Hay que reflexionar sobre el
mercado que regula esta información y estas participaciones, tal vez así
podamos entender que es nuestra responsabilidad hacer un intercambio de
información y opiniones que nos sirvan para un consumo de información más
democrático.
SEÑOR SACATRIPAS
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