lunes, 11 de junio de 2012

La participación virtual, la democracia de la información en los medios de comunicación y la ilusión de los desinformados


Al leer a Castoriadis en referencia a la decadencia de la cultura del occidente, no pude dejar a un lado el hecho de que la privatización e individualización de los procesos de mercado han ido disipando la concepción de la vida en conjunto y de la organización de la sociedad. Los espacios públicos se van perdiendo mientras el mercado se especializa cada vez más y los hombres olvidan su mortalidad aspirando a satisfacer necesidades creadas por el mercado en el momento. Se nos ha olvidado que lo único que ha acumulado la humanidad es la tecnología, el tiempo y su carácter efímero se borran de nuestras consciencias para darle prioridad a lo inmediato.
   La sociedad como colectivo comienza a perder su identidad y sus tradiciones con la información de primera mano.  Según Lechner este fenómeno se puede dar por la segmentación de la sociedad latinoamericana en diversos campos de mercado. Una sociedad rezagada que constantemente intenta renovarse y democratizarse mediante el avance de la tecnología (modernización) y viceversa. Un paradigma que ha llevado a los gobiernos latinoamericanos a hacer creer a la gente que la modernización del mercado y de los medios es sinónimo de avance social, creando un especie de ilusión entre la población que no sabe que los avances sociales se dan mediante la propagación conocimiento y la crítica.
   Ahora se tiene la idea de que el mercado es parte de la regulación de un país. Toda legislación inevitablemente se encuentra circunscrita a un contexto de mercado y a los intereses involucrados en esta dinámica social y económica. Una dinámica donde la competitividad se convierte en la cultura que marca y segrega a los ciudadanos. Aspiraciones que cambian la manera de ver el mundo y las personas ajenas a nuestros intereses. Maneras de ver el mundo que excluyen una verdadera unión civil y que perpetúan la simulación de una democracia donde esta cohesión ciudadana es inexistente. Vivimos pues, en una ilusión donde creemos fervientemente que la diversidad de ofertas en el mercado son sinónimo de apertura democrática en una sociedad donde la apertura se da ante a lo económicamente redituable para las empresas.
   Esta “ilusión” colectiva se debe a ideales compartidos por la sociedad en general, ideales propagados y reiterados en los medios de comunicación. Especialmente el caso de la televisión, que bien podría servir para cumplir muchos otros objetivos aparte de sus intenciones de segmentar y vender productos a la población. Debray nos da algunos ejemplos usando la dialéctica sobre algunos beneficios y la contraparte de estos mismos para entender mejor la función de la televisión como mediador democrático. Se piensa que la televisión es herramienta democrática, ya que la ve un considerable segmento de la sociedad y se informa a través de ella. Vale la pena reflexionar en contraparte, para completar la antinomia, que la televisión también puede deformar esta misión democrática al transmitir temas selectos generando desinformación o dando información parcial sobre un evento que necesite una reflexión más crítica.
   La actividad de los ciudadanos es amainada mediante un bombardeo de mensajes unilaterales que no permiten que los receptores participen en el proceso informativo o desinformativo que propician las televisoras. Esto se logra, a través del espacio privado y la membrana protectora de la pantalla que nos conecta con el mundo exterior y “real”; que genera la pérdida del espacio público donde el intercambio de reflexiones entre ciudadanos y la participación informada de estos mismos ahora son prácticamente inexistentes. Ahora, este mundo “real” que nos presenta la televisión también es parte de la educación e los individuos. Es necesario cuestionar entonces si esta educación está ayudando a construir una sociedad mejor informada sobre la cultura y el acontecer mundial.
   Al cuestionar esto último, nos podremos percatar de que la televisión ayuda a perpetuar la visión decadente de un imperio ideológico occidental (cuya filosofía de mercado se confunde con sus valores democráticos) que sólo nos muestra partes selectas de lo se quiere que entendamos por “el mundo”. Asimismo, podemos afirmar que la televisión conserva la memoria del ser humano de una manera formidable. Lo cual también es cuestionable si pensamos en esas nubes cargadas de información que llegan y se disipan en un momento durante las transmisiones televisivas que se componen de asuntos agendados por los medios y los intereses de los grupos que manejan los mismos. Información que se graba y se guarda en algún lugar físico alejado de la sociedad, en los estudios de las televisoras. Únicamente queda la confusión o la vaga idea que es digerida de millones de maneras distintas por una sociedad segmentada por el mercado. Ahora, esta información se nos presenta como realidad irrefutable. Imágenes que causan un impacto casi irreversible en el receptor del mensaje.
   La televisión entonces, construye realidades parciales mediante un punto de vista muy característico. Un punto de vista que obedece a intereses de una minoría que es reflejada como dominante en la pantalla que rechaza cualquier cuestionamiento en su interior. La pantalla que separa la realidad del televidente con la “realidad” del mundo en el que se encuentra. Mundos que aparentan ser los mismos pero al fin y al cabo, mundos diferentes.
   Esta forma de concebir mundos virtuales se ha acentuado con el surgimiento del internet. En este caso, no sólo se concibe el mundo de manera distinta, sino que también se concibe una nueva ilusión de participación democrática por parte del espectador. Si antes el televidente creía que participaba al opinar sobre la información mostrada en la comodidad de su casa, ahora el cibernauta cree tener el poder de ser escuchado por millones al poder interactuar con el medio (internet) y sus usuarios.
   Una sensación de participación activa mediante el uso de redes sociales que se generaliza y se extiende como un virus. El uso de nuestra “crítica” alrededor de temas agendados por los medios que sólo reiteran los mensajes que se envían por medios ajenos al internet. Asimismo, se tiene la idea de que en el internet existe un acceso “democrático” a la información. Cuestión que también se puede poner en duda cuando ponemos a la luz la manera en la que se cataloga la información del internet mediante protocolos de mercado en los metabuscadores que nos dan acceso a información ilimitada en esta infinita base de datos.
   Dicho de otra manera, el internet sigue inscrito en un contexto de mercado donde la información también se propaga según los intereses de los que manejan la calidad (lo cual implica inversión e capital simbólico y económico) de la información. Es así como nuestra participación y nuestro consumo en este medio se asemeja a la de la televisión. La diferencia más grande sería que existe la posibilidad de concretar participaciones en espacios físicos mediante la organización social en las redes sociales.
   Para concluir me gustaría hacer hincapié en el hecho de que nuestra libertad de expresión sigue siendo sesgada por lo que se dice en los medios de comunicación. La información de primera mano y el conformismo de los que consumen este tipo de información sólo acentúan la ignorancia de la población. Recordemos que la información es diferente al conocimiento. La participación sigue estancada en los confines de nuestra privacidad. Ahora, más que nunca, el ciudadano tiene la impresión de estar participando en los procesos mediáticos de la sociedad. ¿De qué manera estamos participando? ¿Estamos realmente llegando a conclusiones razonadas o estamos repitiendo y deformando el mensaje que nos llega desde un pequeño grupo de poder que decide la información que discutimos? Hay que reflexionar sobre el mercado que regula esta información y estas participaciones, tal vez así podamos entender que es nuestra responsabilidad hacer un intercambio de información y opiniones que nos sirvan para un consumo de información más democrático.

SEÑOR SACATRIPAS

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