Por
Daniel Escalante
Existen discusiones teóricas sobre la
existencia de un lenguaje televisivo. Hay quienes afirman que la televisión
únicamente se puede limitar a emular la fotografía, el cine y la radio; que
este medio no nace como una forma de comunicación “pura” como la pintura (por
ejemplo). En contraparte, se encuentra una postura que afirma que el lenguaje
televisivo tiene su puntuación al verificar la coherencia de texto de
superficie de un canal televisivo. Dicho de otra forma, la barra programática
de un canal puede ser considerada como unidad sintagmática que contiene
intextos (programas, comerciales, cortinillas y demás contenido televisivo) que
se separan como palabras con comas (comerciales), se acentúan (cuando un
programa es anunciado durante todo el día) o respetan cierta sintaxis (acomodo
de distintos temas en un solo espacio mediático) para no confundir al receptor
(estos son ejemplos de cómo se construye el lenguaje televisivo y no la forma
definitiva en cómo se presenta en los distintos canales).
A su vez, existe un intexto que según
algunos defensores de esta última tesis es la prueba de la existencia del
lenguaje televisivo: el reality show.
Algunos dirán que este formato es una copia vulgar del cinema verité, aunque el montaje y la dramatización de este formato
le dan un toque muy particular que pocos pueden refutar. Para hablar del
surgimiento y perpetuación de este formato es necesario hablar de "An American Family" (PBS, 1973), el primer reality show grabado en la historia de
la televisión. Un programa donde el productor vende la idea de un documental
cargado de drama, utilizando a un grupo de americanos para ventilar los oscuros
secretos que yacen en la institución pilar de la sociedad americana: la
familia. El productor tenía claro el objetivo que quería lograr, mostrar los
conflictos que hay detrás de las caras sonrientes en la clásica fotografía
navideña de unos gringos que denotan la estabilidad económica, emocional y
social que tienen. El status-quo de un país puesto en entredicho. La imagen
televisada deformada por la televisión.
Entonces estamos hablando de una realidad
filmada y editada. Una realidad premeditada donde los intereses del productor
no escapan de la lógica mercantil de la telenovela. El reto y el estrés que
acepta la familia Loud para demostrar que es la “familia americana ejemplar”
acaban en una dramática situación donde la madre abnegada se libra de su
“patán” esposo mediante el divorcio. Todo frente a las cámaras, todo con
intereses (tanto del productor como de la familia) y todo con la ayuda externa
de un productor de “documentales” hechos con una ética que hasta el equipo de
producción pone en entredicho. Así empieza este género y así se mantiene.
Observamos la dramatización de la dramatización de la cotidianidad. Un elenco
que expone un momento de su vida ante la opinión pública, la “poderosa” opinión
pública que conforma una democracia teledirigida (el “seno” de la democracia
representativa).
Es así, como frente a una cámara, cambia la
forma de actuar de los participantes. La realidad que se filma es la realidad
que los participantes quieren ver reflejada en la pantalla. Se piensan de una
manera y son interpretados (no solo el caso de los Loud) de otra. Maneras de
vivir y de pensar que se someten ante la opinión desinformada del pueblo
(pueblo que construye su doxa mediante
las opiniones de los pocos que se atreven a opinar, en muchas ocasiones
desatinadamente). Muy similar a las
redes sociales, donde la cámara ahora es una pantalla que cambia la forma de
actuar de los participantes. Ciudadanos moralistoides que predican la palabra
de algún libro mágico pero que navegan buscando pornografía infantil por otro
lado. Estudiantes “revolucionarios” apegados a una ideología de izquierda light hablando de no más de dos temas
impuestos por la agenda mediática dentro y fuera de esta pantalla. Roles que se
degradan bajo los ojos de esa “malvada” opinión pública, “ignorante” opinión
pública, “representativa” opinión pública.
El drama de un país en peligro, el drama de
un fin del mundo que se acerca, el drama de la soberanía de una nación que se
juega en una ronda de clavados en las olimpiadas, el drama de los pecadores que
tanto van a sufrir en llamas del infierno… ¿Quiénes somos para opinar sobre la
manipulación de la realidad para la distracción de unos cuantos? ¿Qué no
disfrutamos de las fotografías de perfil de esa puta semidesnuda (que tanto
anhela ser deseada ante la opinión pública)? ¿Hemos utilizado los medios para
reflejar lo que es real o lo que queremos que sea real? Para mí es claro que no
es necesaria una cámara para cambiar la actitud o forma de ser de una persona.
Únicamente se necesita un teclado y una pantalla para simular que salvamos al
mundo o para simular que somos únicos y especiales (dignos de la mirada de ese
pueblo desinformado).
Narcisistas mediáticos, eso es lo que somos.
Mentiras a los ojos de los demás. Dos caras que mantienen dos intenciones
yuxtapuestas pero nunca descifrables. La dicotomía del maestro que finge no
tener postura política, la mentira que dicen los que afirman que no son
observados y analizados. Conformistas con nuestra adicción al drama. Mentes
perdidas en un mundo donde ya no discernimos entre lo que es real y lo que es
realmente dramático. Sólo lo que ves es real, sólo lo que dices es real, sólo
lo que fingimos construye la realidad. Divertida y triste realidad. Un puto reality show es más allá de un lenguaje
construido por la televisión, es lenguaje construido por el ser humano
mediático día tras día…
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