viernes, 22 de junio de 2012

Cinema Verité ¿dramatizado?



Por Daniel Escalante

   Existen discusiones teóricas sobre la existencia de un lenguaje televisivo. Hay quienes afirman que la televisión únicamente se puede limitar a emular la fotografía, el cine y la radio; que este medio no nace como una forma de comunicación “pura” como la pintura (por ejemplo). En contraparte, se encuentra una postura que afirma que el lenguaje televisivo tiene su puntuación al verificar la coherencia de texto de superficie de un canal televisivo. Dicho de otra forma, la barra programática de un canal puede ser considerada como unidad sintagmática que contiene intextos (programas, comerciales, cortinillas y demás contenido televisivo) que se separan como palabras con comas (comerciales), se acentúan (cuando un programa es anunciado durante todo el día) o respetan cierta sintaxis (acomodo de distintos temas en un solo espacio mediático) para no confundir al receptor (estos son ejemplos de cómo se construye el lenguaje televisivo y no la forma definitiva en cómo se presenta en los distintos canales).

   A su vez, existe un intexto que según algunos defensores de esta última tesis es la prueba de la existencia del lenguaje televisivo: el reality show. Algunos dirán que este formato es una copia vulgar del cinema verité, aunque el montaje y la dramatización de este formato le dan un toque muy particular que pocos pueden refutar. Para hablar del surgimiento y perpetuación de este formato es necesario hablar de "An  American Family" (PBS, 1973), el primer reality show grabado en la historia de la televisión. Un programa donde el productor vende la idea de un documental cargado de drama, utilizando a un grupo de americanos para ventilar los oscuros secretos que yacen en la institución pilar de la sociedad americana: la familia. El productor tenía claro el objetivo que quería lograr, mostrar los conflictos que hay detrás de las caras sonrientes en la clásica fotografía navideña de unos gringos que denotan la estabilidad económica, emocional y social que tienen. El status-quo de un país puesto en entredicho. La imagen televisada deformada por la televisión.

   Entonces estamos hablando de una realidad filmada y editada. Una realidad premeditada donde los intereses del productor no escapan de la lógica mercantil de la telenovela. El reto y el estrés que acepta la familia Loud para demostrar que es la “familia americana ejemplar” acaban en una dramática situación donde la madre abnegada se libra de su “patán” esposo mediante el divorcio. Todo frente a las cámaras, todo con intereses (tanto del productor como de la familia) y todo con la ayuda externa de un productor de “documentales” hechos con una ética que hasta el equipo de producción pone en entredicho. Así empieza este género y así se mantiene. Observamos la dramatización de la dramatización de la cotidianidad. Un elenco que expone un momento de su vida ante la opinión pública, la “poderosa” opinión pública que conforma una democracia teledirigida (el “seno” de la democracia representativa).

   Es así, como frente a una cámara, cambia la forma de actuar de los participantes. La realidad que se filma es la realidad que los participantes quieren ver reflejada en la pantalla. Se piensan de una manera y son interpretados (no solo el caso de los Loud) de otra. Maneras de vivir y de pensar que se someten ante la opinión desinformada del pueblo (pueblo que construye su doxa mediante las opiniones de los pocos que se atreven a opinar, en muchas ocasiones desatinadamente).  Muy similar a las redes sociales, donde la cámara ahora es una pantalla que cambia la forma de actuar de los participantes. Ciudadanos moralistoides que predican la palabra de algún libro mágico pero que navegan buscando pornografía infantil por otro lado. Estudiantes “revolucionarios” apegados a una ideología de izquierda light hablando de no más de dos temas impuestos por la agenda mediática dentro y fuera de esta pantalla. Roles que se degradan bajo los ojos de esa “malvada” opinión pública, “ignorante” opinión pública, “representativa” opinión pública.

   El drama de un país en peligro, el drama de un fin del mundo que se acerca, el drama de la soberanía de una nación que se juega en una ronda de clavados en las olimpiadas, el drama de los pecadores que tanto van a sufrir en llamas del infierno… ¿Quiénes somos para opinar sobre la manipulación de la realidad para la distracción de unos cuantos? ¿Qué no disfrutamos de las fotografías de perfil de esa puta semidesnuda (que tanto anhela ser deseada ante la opinión pública)? ¿Hemos utilizado los medios para reflejar lo que es real o lo que queremos que sea real? Para mí es claro que no es necesaria una cámara para cambiar la actitud o forma de ser de una persona. Únicamente se necesita un teclado y una pantalla para simular que salvamos al mundo o para simular que somos únicos y especiales (dignos de la mirada de ese pueblo desinformado).

   Narcisistas mediáticos, eso es lo que somos. Mentiras a los ojos de los demás. Dos caras que mantienen dos intenciones yuxtapuestas pero nunca descifrables. La dicotomía del maestro que finge no tener postura política, la mentira que dicen los que afirman que no son observados y analizados. Conformistas con nuestra adicción al drama. Mentes perdidas en un mundo donde ya no discernimos entre lo que es real y lo que es realmente dramático. Sólo lo que ves es real, sólo lo que dices es real, sólo lo que fingimos construye la realidad. Divertida y triste realidad. Un puto reality show es más allá de un lenguaje construido por la televisión, es lenguaje construido por el ser humano mediático día tras día…

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